"...Bettina Brentano que, sin dejar de ser sincera, vuelca en los instates más serios una parte inmensa de juego." Albert Béguin, L´âme romantique et le rêve.
Que sin dejar de ser sincera... Claro que sí, como clara era Bettina. ¿Por qué en la literatura -a semejanza servil de los criterios de la vida corriente- se tiende a creer que la sinceridad sólo se da en la descarga dramática o lírica, y que lo lúdico comporta casi siempre artificio o disimulo? Macedonio, Alfred Jarry, Raymond Roussel, Erik Satie, John Cage, ¿escribieron o compusieron con menos sinceridad que Roberto Arlt o Beethoven?
-Se cura en salud - dice Polanco-, porque ya he visto que barajaba los papelitos esos, que se pueden leer de cualquier manera y siempre te sale algo.
-Algo qué -pregunta Calac que hoy está broncoso por algún percance hípico.
Acordándome de que en mis mocedades fui maestro de escuela, les explico:
-Trátese, oh amigos, de pameos que, en una presentación ideal, deberían fraccionarse en páginas sueltas; el lector podría así barajarlos para que el azar urdiera las muchas metamorfosis posibles de los textos. Como se sabe, el número de combinaciones es enorme, y por ejemplo el poema 720 círculos que incluí con legítimo entusiasmo en Último round, alude al número de permutaciones posibles con los seis cuartetos del meopa considerados como unidades. Ya recordé por ahí que Raymond Queneau prouso un libro de sonetos que ofrecía millones de combinaciones posibles, pero nosotros no vamos tan lejos.
-Los juegos electrónicos son más divertidos -dice Polanco-. Conozco uno en el bar Raimondi que te ofrece treinta y cuatro maneras de hacer saltar un acorazado, pero resulta que cada manera te obliga a elegir entre dos maneras de la manera, y cuando la elegiste encontrás con que el acorazado se desplazó varios grados de latitud norte, razón por la cual tenés que preferir digamos la manera dieciocho pero con el inconveiniente de que haber elegido antes otra mandera te priva del conocimento de las cuatro diferentes maneras en que se puede manejar la manera dieciocho, y entonces... Seguí vos -le dice Polanco a Calac-, al final tiendo a confundirme un poco, pero acordate de que el otro día te gane de punta a punta.
-En fin - digo yo para traerlos de este lado de los acorazados-, lo que me queda por agregar es que estos meopas tienen algo de táctil, de tangible en el sentido de piezas de un mosaico que la mano y el ojo pueden recombinar interminablemente; los versos o las estrofas no son tan sólo bloques semánticos sino que constituyen piezas mentales, dados, peones, elementos que el jugador lanza sobre el tapete del azar.
-Vos fijate bien -le dice Polanco a Calac- en el orden que elige o acepta para pegar los papelitos antes de mandarlos a la imprenta. Seguro que en medio minuto yo encuentro uno mejor.
-Sí, pero no estaría impreso -dice Calac-, el tipo nos ventajea siempre en eso.
Los dejo que me miren con el aire consternador que siempre asumen en estas circunstancias, y entremezclo los papelitos en cuestioón para ir armando la página a pura goma de pegar. De ninguna manera busco un orden que privilegie una lectura lineal, incluso lamento ciertas secuencias que hubieran podido ser más bellas, pero se trata precisamente de que el lector las encuentre si tiene ganas de jugar. El primer golpe de dados ha sido el mío y soy el lector inicial de una secuencia dentro de tantas otras posibles.
Liviana sensualidad de una combinatoria que mima los juegos del amor, a veces en el texto y siempre en las variaciones de los bloques semánticos, versos o estrofas. Todo lector que entra en el poema tal como lo verá aquí lo está poseyendo por primera vez; los nuevos juegos se cumplirán después en los ya conocidos, buscarán zonas y posiciones aún ignoradas, avanzarán en la infinita novedad erótica como los cuerpos y las inteligencias. Y al igual que en el amor, la fatiga llegará poco a poco para separar los ojos del poema así como separa los cuerpos de la pareja saciada. Si matemáticamente la posilbilidad de diferentes lecturas es elevadísima, nadie las agotará porque sería monótono: la memoria se vuelve la antagonista de todo placer demasiado recurrente.
Julio Cortázar, Salvo el Crepúsculo, 1984